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30 de julio de 2010

Ella


Era el silencio en una silla las tardes de viernes. Era unos grises cabellos anillados entre horquillas. Era unos ojos hundidos, pero de mirada firme y recta. Era una silueta menuda y enlutada, que avanzaba a paso lento, sin prisa alguna. Era mi abuela. Ella era la madre de mi padre, la última superviviente de su generación en mi familia, la única abuela que conocí.

Cuando yo vine a este mundo, ella ya no contaba cuentos, ni cantaba coplillas, ni relataba las mismas viejas historias con las que años antes había aburrido al resto de sus nietos. Llegué tarde también a ella. Estaba cansada y, más que vivir, esperaba. Nunca hablaba de sí misma. Tuve que conocerla de oídas. Por lo que me contaban, había sido una mujer de gran carácter, una mujer fuerte, una luchadora de los tiempos de "la jambre". La vida le puso la primera prueba muy pronto. A los quince años se enamoró de mi abuelo pero, antes de que pudieran casarse, les sorprendió la guerra. Entonces ella, una muchacha coqueta y presumida, con los mejores años de su vida esperándola, rezó a Dios cada día haciéndole una promesa: si le devolvía a aquel hombre sano y salvo, dejaría las coqueterías y vestiría de negro el resto de su vida. Ambos cumplieron el trato.

Poco más llegué a saber de mi abuela; solo que le aterrorizaban las tormentas porque en su niñez había visto morir a un hermano suyo partido por un rayo. Todo lo demás tuve que leerlo en sus ojos e intuirlo en su beso en la mejilla cada viernes.

Hoy hace diez años que se fue. Aún echo de menos su simple presencia. Hace algunas noches y por primera vez, apareció furtivamente en mis sueños para abrazarme como nunca antes lo había hecho. Vestía una bata de flores rojas y azules... Quién sabe si allá arriba le han eximido al fin de su promesa. Tal vez, vuelva a tener ganas de contar cuentos la próxima vez que nos veamos. Hoy me conformaría con volver a compartir el silencio con ella, sentada en una silla, una tarde de viernes más.

3 comentarios:

La gata Roma dijo...

Tan emocionante como sólo pueden serlo las cosas sencillas que salen de muy dentro… Jjo… y si no se lo dices a nadie, tengo las lágrimas a punto de caer… se mezclan tus recuerdos con los míos y hacen un combinado muy fuerte.
Kisses, y suerte en tus próximos sueños.

Enrique Henares dijo...

No hay mejor prosa que la que nace de los recuerdos de la infancia, lo tengo comprobado.

Anónimo dijo...

Qué suerte haber soñado con ella. Seguro que el azul y el rojo le favorecen.
Si vuelve otra vez dile que yo también la echo de menos.
Si allá arriba les llega bien la conexión a internet seguro que estará orgullosa de tus palabras.
Bonita dedicatoria.
Besitos