Páginas

20 de marzo de 2011

El beso de la Victoria

La primera vez que te vi, confieso que no lo hice. No me detuve a mirarte. Iba con prisa buscando otras imágenes. Me dejaba llevar por un cicerone dispuesto a hacerme disfrutar de mi primer Jueves Santo en una Sevilla a la que yo apenas conocía. Te vi pasar a lo lejos, avanzando entre la gente. Y no me detuve a verte. Lo confieso. Ni siquiera sabía tu nombre.

Pero, a veces, la vida nos da una segunda oportunidad para enmendar los renglones torcidos que escribimos. Así, pasado el tiempo, queriendo conocer cada rincón del alma de esta ciudad que me acoge, una tarde de domingo me llevaron ante ti para besar tu mano. Y fue entonces cuando te vi. Y fue entonces cuando ocurrió. Me venciste, Victoria. En el primer segundo me sometiste para siempre. No es por casualidad ese nombre tuyo. Ahora lo sé. Victoria, me venció tu serena tristeza, tu sollozo suspendido en el tiempo, el temblor congelado de tu labio, el tibio llanto que te ahoga, tu bello dolor inenarrable, tu cara de niña buena. ¡Quién podía imaginar que en esa inhóspita capilla reinaras como una rosa en el desierto! Sólo tú me bastaste para herirme; que no te hacen falta flores, ni música, ni palio, ni perfumes, ni templo, ni corona, ni Sevilla, pues tú sola eres Victoria.

Besé tu mano, envuelta en tu callado llorar sin fuerzas y, al separar de ti mis labios, ya sólo quería ser peana bajo tus pies. Esa derrota de tu mirada que me venció para siempre la llevo hoy grabada entre las sienes. Algo en tu cara me dice que, si levantases la vista, en la niña de tus ojos brillaría mi Esperanza. Ahora ya sólo pienso en qué será de mí, qué otra derrota me espera cuando este Jueves Santo te vea caminando sobre Sevilla, con tus pies de amor y entrega, cuando de frente encuentre tu soberana presencia, nos anochezca juntas y la blanca cera se agote mientras tu llanto no cesa.

Vencida estoy. Lo confieso. Sólo un segundo ante ti, frente a frente, tu mano bajo mis labios y el dolor hecho belleza bastaron para vencerme. Aún no sé si llamarme sevillana, pero un segundo de Victoria me convirtió en cigarrera.