Ya duele el azahar en la memoria.Cómo lastimala luz aquella.
Ahora,
un incensario de plata - péndulo de plata
del reloj de mi tiempo- estará dando
mi pena en un punto en aquel sitio.
Duele el incienso, duéleme en el alma
la lenta cera ardida, oigo el ruido
de los pies que sisean bajo el paso
en el silencio de la madrugada,
como llamando, ¿a quién?, como llamándome.
Regresando estará la luz ahora
a la ciudad que es suya, a su costumbre
de ser azul y cielo y siempre mía,
y avanza a paso largo la memoria
de regreso a su casa.
Es cruel el destierro. Cae de bruces
sobre la dolorosa dicha aquella.
Intentar levantarlo
es más cruel aún. Quiere estar solo,
entre dos luces, por aquella calle.
Donde nací una vez moriré siempre.
Releyendo la "Madrugada del destierro" de Rafael Montesinos, he sentido como nunca el significado de sus palabras; porque esta vez todos hemos sido desterrados, a fuerza de lluvia, de esa Gloria que habíamos esperado habitar por unos días. La tierra prometida se presentaba estéril a los hijos de Hispalis que, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, no reconocían la ciudad de sus recuerdos. Era el día esperado, la hora marcada, el lugar indicado, y nada era lo que debía ser. ¿Dónde estaba el incienso, la cera, el cortejo, la bulla, el silencio, la música, sus ojos, sus manos? Pasaba un día, otro y otro... y sólo la lluvia acudía a la cita. Sufríamos el dolor del exilio en una patria que se parecía pero estaba muy lejos de ser la nuestra. Ahora sé cómo duele el azahar en la memoria...