Tú venías cansada, yo estaba hambrienta. Hambrienta de ti.
Una eterna semana efímera se nos escapaba huidiza sin remedio. Las ilusiones de
todo un año se derramaban por las alcantarillas de la ciudad a la que la inoportuna
lluvia había cegado en el peor de los momentos. Cirios sin prender, fajas sin briega, caminos por andar,
almas heridas de ausencia reiterada… Queríamos despertar del sueño mudado en pesadilla y nuestros ojos se habían clavado en el cielo con insistencia hasta que, al fin, la luna del Parasceve nos confirmó la ansiada tregua de madrugada.
Había amanecido ya, la luz había vencido aquella mañana de
viernes. Yo te esperaba en la misma esquina que otras veces. Te aguardaba como el
amante espera su beso tras una larga ausencia, como el niño sueña con su regalo de
Reyes. Esperaba ver tu cara y alimentarme de tu nombre, que mis pulsos
temblaran al compás de tus mariquillas y tu mirada me diera la razón de vida para
seguir esperando.
Estaba sola porque Tú así lo habías querido, y quien tenía
que agarrar mi mano cuando la emoción se desbordara permanecía en casa, lejos
de tu imagen, cumpliendo su promesa. Te esperaba a ti y pensaba en él, en el
tormento autoimpuesto de tu ausencia. Pensaba en ti y lo sentía a él, en la
prisión lejana de un cuarto blindado a tu belleza; cuando de repente llegaste,
antes que de costumbre –sabedora de mi avidez, no querías que desfalleciera-, para
entregarme a manos llenas lo que tanto había ambicionado: tu presencia.
Caminé a tu lado como había soñado en mi mente, casi sólo Tú
y yo, más solas que nunca, sin bulla que nos distanciara. Llovía azahar en
Sevilla. Anduvimos de camino al mercado, como dos vecinas amigas. Tú venías cansada, yo estaba hambrienta. Pregúntale a
la calle Feria si he vuelto a ser capaz de transitarla sin que la boca me sepa
a tu nombre. Viniste a aliviar el vacío de los días no vividos, a iluminar la incertidumbre de las tinieblas pasadas, presentes y futuras.
Insaciable cuento los días para verte
de nuevo. Sé que tu cansancio de regreso volverá a nutrir mis emociones y que entonces –porque
Tú lo quieras- mi mano apresará a esa otra mano, liberada ya de su pena.