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15 de marzo de 2013

Camino, Verdad y Vida

Internet te acerca lo que está lejos. Navego por las redes sociales y encuentro el regalo de un amigo artista de la cámara fotográfica: la imagen del Señor de Sevilla, el que vela por nosotros a esta hora tras una puerta cerrada y un panteón a oscuras en San Lorenzo. El retrato me hace pensar en Él, en la madrugada que lo espera, en las que ya pasaron. ¿Desde cuándo le conozco? ¿Cuál fue la primera vez que lo vi? Y recuerdo, claro que lo recuerdo.

Debía tener unos nueve años. De Sevilla no había conocido más que la Giralda, la Torre del Oro (o del Loro, reconozco que no sabía muy bien cómo llamarla), la Plaza de España, algún que otro hospital y el Corte Inglés. Nada más. Sevilla era entonces para mí la capital a la que nos llevaban de excursión, de compras o por cuestión de males. Eso era todo. Para mi vida diaria estaba Morón con sus calles y paisajes. Y mientras yo le contaba mis cosas al Cristo que expiraba en la Iglesia de la Compañía, junto al mercado moronero, o al que estaba cautivo en San Miguel, la prima Rosarito le relataba las suyas al Cisquero cada viernes. Fue ella, una familiar lejana de mi madre que se había mudado hacía años aquí, la que en una de nuestras visitas a la ciudad me cogió de la mano y me dijo: "Ven conmigo, niña, que hoy te llevo a que le des un beso al Señor". Recuerdo mi ilusión por conocer, por fin, la imagen real del famoso Gran Poder; recuerdo la cola del besamanos, la espera, los nervios al avanzar; y recuerdo, como si aún lo viviera, el frío que me recorrió cuando me encontré frente a Él.

Rosarito pasó y le dio el beso. Yo, helada, no pude. La mujer insistía: "Anda, niña, bésalo". "No, a este no", le contestaba. Insistía y yo me negaba. Nos fuimos sin que fuera capaz de convencerme.

De camino a casa, la señora me reñía: "Niña, eres tonta, ¿por qué no has querido darle el beso si siempre lo haces con los otros cristos?". "Porque me ha dado miedo" -confesé. "¿Miedo por qué, criatura?". "Porque este estaba vivo. Este es de verdad".

Tenía entonces unos nueve años. Una década después, el camino de la vida me llevó a echar el ancla en Sevilla. Ante la cita, acudí a Él para superar mis temores. Ese día le dí dos besos, uno se lo debía con intereses. Vencí el miedo, pero volví a sentir ese frío al tenerlo de frente. Miro su imagen en la pantalla y lo recuerdo como si volviera a helarme ahora.

Foto de Antonio Sánchez Carrasco