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18 de septiembre de 2012

Horizonte

El veranillo del membrillo amenaza con caldear el ambiente de esta ciudad por más tiempo, mientras yo tengo los ánimos puestos en una nueva estación que mude las hojas del calendario y llene mi agenda con citas propias de un nuevo curso.

Atrás queda el verano. Julio y agosto en Sevilla. Un año más, Florencia tendrá que esperar... Pero no me compadezcáis, no. Los que veraneamos entre los brazos de Julia Rómula Híspalis sabemos que en esos meses se muestra distinta. Salvando los días de infierno sin sombra -¡Pobre! Ella no tiene la culpa-, por la noche la ciudad conversa con un discurso más íntimo, relajada, como si la elegante anfitriona de la fiesta se quitara los torturadores tacones tras cerrar la puerta de casa con la despedida del último invitado. Se van todos y se queda ella, masajeándose el pie derecho, con la misma belleza radiante de hace unos minutos cuando sonreía ante el salón repleto de admiradores y enemigos; pero ahora sin pose, sin máscara. Ahora solo ella, más sensual que nunca, caminando descalza con el vestido desabrochado deslizándose por su cuerpo, tropezando en sus caderas, desmayándose a sus pies justo al llegar al dormitorio. Desposeída de vestiduras, desprende poco a poco las horquillas que tejen en un formal recogido su melena, y van cayendo sobre su espalda uno a uno los mechones liberados. Al fin, suspira sola y se tumba en la cama sin propósitos. Sevilla, en esas noches de agosto, deja que su alma abandonada vague por las calles sin testigos. Sevilla, sin sevillanos, es entonces esa maja desnuda que se tumba en el diván vestida solo de carne y encantos, esa Venus que se mira en el espejo del río en la oscuridad del museo cerrado. Así que no me compadezcáis, porque lo que me cuenta la ciudad en esas noches de calles desiertas y bares cerrados es también un patrimonio inmaterial e incalculable que atesoro en los recuerdos estivales.


Agosto tuvo también alguna escapada al Puerto, mi Puerto de Santa María, y unos días en Almería, ciudad desconocida. Reconozco que no fui con altas expectativas, solo quería descansar y refrescarme pero, no sé muy bien cómo ni por qué, Almería terminó haciéndome muy feliz, dándome mucho más de lo que esperaba de ella. Volví con un sabor a vino de Albuñol y una taberna más conquistada: Casa Puga, la más antigua de las almerienses. Una huella sentimental se quedó grabada en la esquina izquierda de esa barra.


Llegó septiembre, mes de resurgimientos y comienzos, y mi ánimo se impacienta ya por despedirlo. Quiero que pasen los días, que llegue el frío, que el horizonte empiece a verse más cerca, que casi pueda tocarlo al extender los brazos. Hace tiempo que tengo escrita mi lista de objetivos para el nuevo curso y estoy ansiosa por empezar a tacharlos. Voy a construir, a luchar, a resistir, a levantarme, a andar caminos... No puedo más con esta vida en pausa detenida. Corre, tiempo; quiero pasos.