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12 de mayo de 2013

La ciudad dormida


(Foto de Federico Relimpio)

La ciudad, siempre la ciudad. Perpetuamente ella entre mis letras, inevitable tras verla así como hace un rato en esta mañana de domingo que empieza a morir. La mejor musa es la de carne y hueso, bien lo sabía el profano poeta de los cisnes azules que cantó a la vida y la esperanza. Y aquella muchacha, que hace años llegó a ti con una maleta cargada de libros y un cuaderno en blanco, supo que las palabras del maestro eran más ciertas que nunca una mañana dominical en la que por sorpresa halló el placer entre tus brazos. Desde entonces, vive atada a ti con su secreto: que pocas veces tú te muestras más tú que en las mañanas limpias de domingo, cuando recién estrenas el aire y más clara se oye tu respiración en los rumores del agua que corre y te recorre; cuando tus calles son los pasillos de un convento de clausura sin murallas, entonces es el momento en el que se te contempla libre y se te admira como quien disfruta vigilando el sueño del amante que cayó rendido en la batalla con Eros. 

Caminar por tu cuerpo desnudo, con grandezas y cicatrices visibles, pasearte en las horas tempranas de un domingo, antes de que tenga que compartirte con nadie, cuando eres solo mía, con tus virtudes y vicios, pero mía y de nadie más; aunque legalmente no lo seas ni yo te pertenezca todavía, ¿qué nos importa? ¡qué más da si tú te entregas a mí de esa manera aun cuando duermes! Caminar y caminar por tus viejas sólidas entrañas, presenciar tu primer desperezo con el sol que se te escapa y acabar con tu sonrisa avivada por la luz de las pinturas en la plaza de tu Museo. He ahí el secreto: nuestro pequeño acto de placer compartido en ciertas mañanas de domingo en las que el deseo de ti me empuja a recorrerte antes de que otros lo hagan, cuando aún no conoces la caricia de otros pasos ni el amor de otras miradas.

Pero vuelvo a casa y ya no eres solo mía, ya no eres mi inconsciente entregada. Recuerdo cuando te vi a solas y contemplé tu belleza sin censuras… Y ahora, ya despierta, vestida de tráfico y de otros, de trasiego y de vida, compruebo que tus esplendores tienden a esconderse mientras tus heridas siguen al descubierto. El sol del mediodía hace caer la venda. La voz del poeta vuelve a provocarme: Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Ojalá, pienso, despiertes de una vez y pronto, para tomar las riendas de tu cuerpo que tantas manos torpes desbaratan cada día. Defiéndete y deja ya ese hermoso sueño vano que te humilla. Coge el timón y fija el rumbo hacia ti misma. No te abandones en los brazos de Morfeo así, perpetuamente. ¿Por qué será que, ahora ya despierta, me pareces más que antes una ciudad dormida?