Llevo varios días pensando en mi infancia. Concretamente, desde el pasado lunes. Una entrevista de trabajo con demasiadas preguntas sobre mi pasado más remoto me ha encendido el motor de búsqueda de imágenes perdidas.
Así, navegando en retroceso he llegado hasta un hecho antes cotidiano, que ya apenas recordaba: mi padre y los cuentos.
Había olvidado -me parece mentira- el ritual compartido cada noche:
Después de un largo día, mi padre se iba a la cama mientras mi madre terminaba de recoger los despojos de la cena. Yo, polizonte descarada, lo seguía y de un salto subía a la cama para pedirle un cuento. Él accedía sin resistencia al capricho de la niña de sus ojos y empezaba:
-Érase una vez dos hermanos...
-¡Nooooo! -interrumpía yo.- Ése no. Otro, que ése ya me lo sé.
Entonces preguntaba el buen hombre:
-¿Cuál quieres? ¿"Mariquita y Periquito" o "Zurroncito"? Yo no me sé más que esos dos...
Y yo contestaba cada noche:
-Es igual, ninguno de esos. Mejor, te cuento yo uno.

Me parece increíble que hubiera olvidado por completo esa rutina. No sé en qué momento, qué noche, dejé de seguir a mi padre para dormirlo con cuentos. Quizás alguna vez le pida que me cuente uno él a mí: "Mariquita y Periquito" o "Zurroncito", me es igual. Cualquiera de los dos me sonarán a gloria.