Volver. ¿Adónde? A la nada que es nuestro todo. Al horizonte
que otra vez dibujamos con el trazo apasionado de un sueño; aunque el pincel
tiemble entre los dedos presintiendo el destino de sus frutos, aunque sepamos
que poco importa el color elegido si ha de desvanecerse de nuevo con el
aguafuerte de la realidad que siempre, ya inercial, acaba firmando nuestras
obras.
Otra vez ante nosotros el lienzo de septiembre nos pide inventar
un esbozo de comienzo, un boceto de vida que se parezca en algo a lo que un día
nos prometieron. Ya hemos perdido la cuenta de las naturalezas que, lejos de
asemejarse a algo vivo, terminaron rematadas en la basura; y no sabemos cuánto
tiempo más podremos seguir ensayando este autorretrato que en muy poco se nos
parece.
Pesan las hojas del calendario y duele volver a este eterno garabato,
usurpador de la palabra que llevamos dentro, la que debía nombrarnos. Volvemos,
con la frente marchita de juventud mal empleada, otra vez a este septiembre que
no elegimos, tan ajeno a aquel que
esperábamos…
Paleta en mano, ante el blanco vacío inmaculado, respiramos profundamente y dejamos que un perfume de óleo azul, color del infinito, vuelva a colarse por los recovecos de nuestro pecho un curso más. Sin punto certero de regreso, sentimos la llamada del deseo: intentar un nuevo lienzo, olvidar puertas cerradas, volver a la posibilidad.
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